EL INCIDENTE DE LA CEIBA
Ha pasado tiempo del episodio que ahora voy a contar. En principio, no encontraba como escribir sobre éste incidente, y, también consideraba que quizá no fuese pertinente hacerlo, por lo menos hasta que estuviese bien sedimentado en mi alma lo que me pasó aquella tarde de febrero.
En nuestras clases de Natura Chi Kung, en el Parque del Este
caraqueño, hemos practicado un tipo de Caminata Chi Kung, que muchas veces
dirigimos hacia la ceiba que llamamos coloquialmente, la Gran Madre, ubicada
cerca de las plazoletas que están al oeste de las jaulas de las aves. Pero el
día en cuestión, decidimos hacer la practica hacia otra ceiba, ubicada al este
del restaurante Las Corocoras.
A la clase sólo acudió Oriana Silva, mi practicante más
consecuente. Hicimos Chi Kung del Pilote (Zhan Zhuang) frente al árbol
escogido, y luego iniciamos la Caminata Chi Kung cuya meta era la ceiba. No sé
por qué, mientras la realizábamos, me vino a la mente la escena final de la
película Billy Elliot: el portentoso salto del protagonista convertido en cisne,
en la versión de El Lago de los Cisnes de Matthew Bourne. El cisne está vestido
de pantalones emplumados hasta la rodilla, y luce un poco como un fauno
mitológico. Por asociación de imágenes recordé los movimientos del fauno de
Nijinsky, en la coreografía que hizo de El Preludio a la Siesta de un Fauno, de
Debussy. Nuestra Caminata Chi Kung recuerda algo la forma de caminar de ese
fauno.
Conforme me acercaba al árbol, fui centrándome cada vez
más en los movimientos, la respiración y la ceiba cuya atracción comenzaba a
sentir. Una vez que alcanzamos el tronco de la ceiba, la abrazamos amorosamente,
y entonces…, algo ocurrió.
Fue sólo una fracción de segundo, en la que el tronco del
árbol pareció hacerse líquido, como savia espesa, y rodearme cálidamente en una
enorme burbuja. Por un instante el árbol me acogió en su seno, y sentí hondamente
su vivir palpitante y frondoso. Al pasar aquella fugaz visión sobrecogedora, me
abrumó la sacralidad inherente al momento. Un sentimiento de profundo agradecimiento
al mundo vegetal y a la naturaleza toda, me conmovió, y pensé que, si cada
hombre pudiese sentir lo mismo que estaba sintiendo en ese momento, pudiésemos detener
de raíz la devastadora depredación que hacemos del mundo natural. Sentí entonces
el impulso indetenible de pedirle perdón a la ceiba, y, a través de ella, a la madre
naturaleza.
Seguidamente, me asusté hasta lo más hondo de mí. Temí
estar alucinando. Todo aquello había ocurrido en cuestión de segundos, pero me
parecía haber durado mucho más. Ahora me veía amenazado por una irrupción inesperada
de horror sacro, de pánico, palabra que viene del dios Pan, un fauno, que representa
la naturaleza salvaje y primitiva, el "todo".
Recuperé la serenidad concentrándome en la respiración.
No quería que Oriana se diera cuenta de lo que me ocurría, aunque no podía
verme por estar al otro lado del tronco del árbol. Recordé entonces el episodio
de Turín: Nietzsche ve un cochero
golpeando con un látigo a su caballo, que se rehúsa a moverse. Impresionado por
la violencia del hombre y su cruel sed de dominio, corre para detener al
cochero, y llorando abraza al caballo. Se dice que le pidió perdón al animal, por todos los crímenes perpetrados por el hombre contra las criaturas que tienen a bien habitar junto a él en este planeta. Luego se desplomó inconsciente. Se trata del incidente que dió inicio a la locura del gran filósofo alemán.
También se dice que murmuró "¡Madre, soy un tonto!". No creo que se haya referido a su progenitora, sino más bien a la Madre Naturaleza, esa que en el neolítico veneraban como la Diosa Blanca, la Gran Madre.
De ese incidente, por cierto, se hizo una gran
película: El Caballo de Turín, de Béla Tarr y Ágnes Hranitzky.
Con no poco esfuerzo recuperé la presencia de
ánimo suficiente para retomar la clase y llevarla a su justo final. Luego, por
primera vez, participe en las afamadas Caminatas Conscientes que dirige magistralmente
María Eugenia (Mayu) Pisani. Pero debido al incidente de la ceiba, la hice algo
extrañado de mí mismo, entre fascinado por la naturaleza y el recorrido, y, al
mismo tiempo distante, como el que viene, extraviado, de muy lejos y de otro
tiempo.
En algún momento dije algo muy superficial sobre
el asunto a Oriana, buscando excusar cualquier extrañeza en mi comportamiento
que ella pudiese haber notado. Hasta la composición de este escrito, nunca
volví a hacer referencia alguna del incidente de la ceiba. Me lo guardé para mis
adentros, pero no para olvidarlo, sino esperando el momento en que estuviese
listo para ser llevado al verbo y, así, finalmente compartido.
Roberto Chacón
27-03-2024
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CHI KUNG DE LOS ÁRBOLES...
Girar
tres veces y encontrar mi árbol...Lo descubrí, gracioso con una barriguita en
el centro. Quise recostar mi cuerpo en él, sin embargo, creo que exigió un
abrazo...
Desde
una primera interpretación, quizás emocional…, sentí que hay veces que quiero
el cobijo del otro y me resuelva la vida.
Entonces, ese otro grita: por favor acurrúcame.
En el
segundo encuentro con mi árbol, fue estar frente a él con una mirada de cierta
distancia. Me mantuvo en un vínculo
horizontal.
Luego fui
a acurrucarme en mi Nogal de la India de siempre, al frente del Samán y fui
feliz. "Quien no tiene quien lo mesa, saca una pata y se mese". Dicho
de mi bisabuela Gertrudis.
Yajaira
Figuera
Caracas,
,4 de abril de 2024